jueves, 7 de febrero de 2013

(ENTREGA AL AMOR) DE JUAN ALONSO NEBREDA

    Quizás, la blanca luz que aviva el fuego,
que rompe la frente con un rubí al fin
perdido, a un cuerpo que se junta de
felicidad que se rompe con un rayo que
nunca se verá helado.
    La cristalina luz que se amontona a su
cuerpo con la viveza que todo sea
apacible como la vida que combaten al
mismo filo para atacar, que pide no ser
su resplandor, sino el mar feliz que
transcurre sin la verdad.
    Feliz camino por los ríos que todos se
funden, y son los amados y los que se
aman, y los que gozan y a la vez sufren.
   Ese amor que consiste en esa dicha
creciente y la encuentras al extender los
brazos en tocar los polos del mundo
como en las orillas remotas de los ríos,
que siempre existe el agua, jugando en
el mar con las blancas arenas, igual que
si los dedos rozan la carne o seda, lo
que entreteniéndose se alborota.
    Gozan de las lejanas luces que se
crepitan en el horizonte lejano y
descansan en tus desnudos brazos, como
un tormento rumor de dientes jóvenes,
que deliran el pan de cada día y lo
reciente que enseña su novata firmeza,
y las aguas mojan toda la divinidad
vivida.
    Morar allá en las faldas de esta
meseta, donde los ríos se confunden con
lo escarpado, donde las laderas verdes,
tan pronto son agua como las mejillas
inmensas que reflejan los lloros.
  Autor Juan Alonso Nebreda
  7 de Febrero del 2013

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