Llegó el día ansiado, llegó el día de nuestro encuentro,
los nervios se apoderaban de mí, al vernos supimos que
éramos el uno para el otro, al acercarnos nos besamos
en nuestras mejillas, sus dos besos me supieron a gloria.
Nuestras miradas eran francas e ilusionadas, la
plenitud llegaba al fondo de nuestros ojos, nos esperaba
la alegría y el éxtasis de los sueños que en su día nos
ilusionaron, pero se veía en ella una cortesía y una
franqueza en sus palabras, sé que no fallaría.
Las voces cercanas no se oían, solamente la palabra
te quiero, sin apenas pronunciarla salía de su garganta,
sus labios me decían bésame que necesito tus besos para
alargar esta vida llena de sentimientos, dichas y placeres.
Llegó la hora de amarnos, yo tenía mucha timidez pero
su mirada me protegía y me ayudaba a sentirme muy
cómodo a su lado, nos desnudamos, desbordando unas
enormes sensaciones, muy difícil de igualarlas, nuestros
labios se unieron y de ellos se recibía una sabia caprichosa
entre las lenguas de los dos.
Nuestros cuerpos se unieron, éramos como unos
animales que imploran libertad, nuestros susurros se oían
latentes y fuertes ante las emociones y placeres de nuestros
cuerpos.
Ya tranquilos reposó sobre mis hombros, relajada y
sosegada, me dijo te quiero, deseo repetir mil veces estas
sensaciones de cariño y amor que hemos disfrutado los dos,
y ese fue el sentir de dos seres que se aman.
Autor Juan Alonso Nebreda
18 de Enero del 2013
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