Silencioso y amargado
caminaba, pensando una
y otra vez.
Por una mirada extraña
que apenas se podía ver.
Cuando hablaba tenía
un deje distinto, parecía
su vejez, pues era tímido
a la vez.
Una luz en su
pensamiento casi se podía
ver.
Lo profundo era
luminoso, como así ardía
la buena fe en el.
Fue domador de animales
salvajes y de mansos
también.
Producía tempestades,
así como conducía las
abejas a la miel.
Daba maravillas a la
vida, así como consuelo,
amor y placer.
Leía en versos sus
pensamientos y así se
creía que era el.
Montando en su
caballo al trote un buen
día se fue.
Pido por mi paisano al
Santo, para que se ampare
de el también.
Autor Juan Alonso Nebreda
4 de Febrero del 2013
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